- Yolande Knell
- BBC, Gaza
20 septiembre 2014
Más de 400.000 habitantes de Gaza fueron desplazados a causa de la reciente operación militar de Israel contra la Franja, que duró 50 días. Unas 18.000 viviendas resultaron también destruidas y muchas otras dañadas.
Uno de los vecindarios más afectados fue Shejaiya, abarrotado y cercano al borde occidental, donde el ejército israelí aseguro haber bombardeado los túneles que militantes palestinos habían construido para llevar a cabo ataques sin ser vistos.
Antes de la ofensiva, el gobierno de Israel advirtió a los 80.000 residentes del barrio que debían abandonar el lugar. Sin embargo, muchos no pensaron que los ataques fueran a ser muy serios y se quedaron en sus casas.
La noche del 19 de julio Israel atacó con artillería pesada, morteros y desde el aire. En 24 horas murieron decenas de palestinos y al menos 13 soldados israelíes.
Desde entonces, aquellos que no huyeron viven entre los escombros. Y cuatro de ellos cuentan a la BBC cómo es.
El profesor de inglés
Abdul Karim Abu Ahmed, de 55 años, dice que Shejaiya solía ser un distrito bonito y que se sentía orgulloso de vivir allí.
El profesor, empleado del ministerio de Educación y encargado de revisar la enseñanza del inglés en las escuelas primarias de Gaza, tenía una casa grande con jardín que compartía con su esposa y sus 11 hijos, de entre 7 y 25 años. Un hogar que se hizo añicos durante el bombardeo.
“Nos quedamos sin nada”, cuenta sentado sobre el amasijo de cemento y hierros que antes fueron su casa. “Vivimos en condiciones miserables”, se queja. “No tenemos agua ni electricidad. Todo está destruido. No hay muebles ni cobijas”.
Al menos consiguió salvar sus novelas inglesas y los archivos importantes de las ruinas de su estudio.
Pero dice que no va a quedar así. Mientras renta un apartemento en Ciudad de Gaza, junto con su hermano y sus hijos trata de reconstruir la vivienda.
“Volveremos aquí, a esta casa. La vamos a hacer aún más bonita”.
El barbero
Essam Habib había abierto su barbería en la calle Habib sólo 18 meses antes de la ofensiva. Sus tíos y primos murieron en los ataques, pero su negocio sigue en pie, al menos el edificio, al igual que la casa familiar.
“La gente huyó. No hay casas, así que apenas quedan clientes”, dice. Pero debe seguir cortando pelo y afeitando barbas para poder al menos comer.
“No tuve otra opción que limpiar la barbería, regresar a trabajar y rezar”, cuenta.
Aunque no es fácil. Las tuberías se rompieron y no hay electricidad, por lo que Essam debe traer agua y usar un generador. Funciona con gasolina y está muy cara, así que tuvo que subir los precios.
“Sólo espero que esta crisis se solucione cuanto antes, porque la gente está viviendo una situación muy difícil y está también la humillación…”.
La abuela
Suhila Mohamadain, de 54, es madre de 12 y perdió a uno de sus hijos, Ismail, en la ofensiva del 19 de julio. Se encontraba en el último piso de su vivienda de cuatro plantas cuando un ataque aéreo la destruyó. Un poster con su imagen decora ahora las paredes rotas.
“Era sábado y mi nuera y yo estábamos sentadas en el salón”, recuerda. “Habíamos oído disparos los últimos días, pero en aquel momento escuchamos explosiones sobre nuestra cabeza. Los niños comenzaron a llorar”.
Sus nietos le dijeron que no se preocupara. “Abuela, estamos todos juntos”.
Pero no, faltaba uno de sus hijos. “¿Alguien vio a Ismail?, grité”.
A pesar de que su familia ha alquilado otra casa, Mahamadain pasa mucho tiempo al día mirando los escombros de su casa, a sabiendas de que no será fácil verla reconstruida.
“Eran ocho apartamentos, cuatro a cada lado. ¿Cómo los van a reconstruir?”, pregunta, refiriéndose a sus hijos. “Cada uno tiene diez hijos. ¿Cómo los van a alimentar?”.
El constructor
Mohammed Habib es un trabajador de la construcción que no ha podido arreglar su propia casa por falta de materiales.
Uno de los muros exteriores de la vivienda se derrumbó tras un ataque aéreo de Israel y el fuego de los tanques destruyeron unas 20 viviendas aledañas, entre ellas una clínica.
Él y sus parientes abandonaron Shejaiya y se refugiaron temporalmente en una escuela-refugio de Naciones Unidas, pero regresaron lo antes posible.
Se las arreglaron para limpiar dos habitaciones de la casa en ruinas y en ellas viven hoy 25 personas; entre ellas, su esposa e hija, su padre, sus hermanos con sus esposas e hijos y su abuela.
“Parece que hubo un terremoto”, dice, mostrando el panorama desolador del vecindario.
No hay electricidad y recogen agua de unos tanques en la calle.
A Habib le preocupa el futuro. Dice que le llevará años retirar todo los escombros y reconstruir su hogar. “No tenemos cemento, ni acero, no hay materiales de construcción”.